“Que Dios mismo, el Dios de paz, los santifique por completo, y conserve irreprochable, todo su ser: espíritu, alma y cuerpo para el retorno de nuestro Señor Jesucristo”.

El Apóstol Pablo a los Tesalonicenses

La vida que Dios nos ha dado en Cristo es maravillosa, una adopción por amor para que fuéramos sus hijos, habiéndole costado demasiado, la muerte de su amado hijo, quien, por amor, también se dio a nosotros para que fuéramos sus hermanos y su Padre nos considerará con los mismos derechos, privilegios y responsabilidades que él. “Ustedes ya son hijos. Dios ha enviado a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo, que clama: ¡Abba! ¡Padre! Así que ya no eres esclavo sino hijo; y como eres hijo, Dios te ha hecho también su heredero” (Gálatas 4:6, 7).

El Apóstol Pablo tiene un profundo y sincero deseo, que Dios nos purifique, limpie de todo mal, haga la santificación en nosotros. Reconocemos que solamente el Espíritu Santo estando en nosotros puede Dios lograr ese deseo del Apóstol y naturalmente con nuestra participación. Dios anhela que sus hijos vivamos vidas justas, agradables, de conducta intachable y transparente, modelando en nosotros a su hijo Jesucristo, no solo en el hombre espiritual que tenemos, sino en nuestras emociones viviendo controlados, con dominio propio en todos los aspectos de nuestra vida y en nuestras relaciones humanas. Incluye también nuestro cuerpo, delante de Dios somos responsables de nuestro cuerpo. “No ofrezcan los miembros de su cuerpo al pecado como instrumentos de injusticia; al contrario, ofrézcanse más bien a Dios como quienes han vuelto de la muerte a la vida, presentando los miembros de su cuerpo como instrumentos de justicia”(Romanos 6:13).

Así que, todo nuestro ser debe ser guardado o cuidado porque Cristo vendrá cuando menos lo esperemos. Estemos preparados y conscientes de que El viene pronto. Vivamos en santificación; puros, consagrados y justos.

Lee Romanos 6:1-14