Muchos países tienen un líder que impulsó su independencia del yugo extranjero. Norteamérica tiene su George Washington; México, su Miguel Hidalgo y Costilla; Argentina, su General José de San Martín, Venezuela, su Simón Bolívar, etc.
Dios envió un libertador a la humanidad, para que liberara a todo hombre y mujer de la esclavitud del pecado y del diablo: Jesucristo, el Hijo de Dios. Él dijo a los judíos: “Así que, si el Hijo les da libertad, serán verdaderamente libres” (Juan 8:36). El Apóstol Pablo declara: “Cristo nos libertó para que vivamos en libertad. Por lo tanto, manténganse firmes y no se sometan nuevamente a la esclavitud” (Gálatas 5:1).
La libertad que ofrece Cristo es integral; nuestro espíritu es regenerado, así somos salvos. Nos da libertad de la culpa que ha producido el pecado por medio de su muerte de Cruz por el perdón de Dios que se nos ofrece al arrepentirnos. Nos hace libres de malos hábitos que adquirimos, cuando por fe confiamos en su poder. Nos promete liberar nuestro cuerpo del sepulcro cuando Él venga por segunda vez a este mundo. Nos hace libres de la ira venidera de Dios cuando juzgue a todo ser humano, es decir libres de condenación. Con mucha seguridad el sacerdote Simeón declaró al tomar en sus brazos al recién nacido Mesías (Salvador, Libertador, Señor): “… porque han visto mis ojos Tu salvación. La cual has preparado en presencia de todos los pueblos; Luz para revelación a los gentiles y gloria de tu pueblo Israel” (Evangelio de Lucas 2:30-32).
Este Libertador perfecto no solo murió por un pueblo si no por todas las naciones del mundo de todos los tiempos. Él sí es, el Libertador que necesitábamos, Él es el único Salvador; recibe la libertad que Cristo te ofrece, y si ya la tienes, vive libre, no regreses a la esclavitud.