En el salmo 128 hay promesas para la familia, como éstas: “Gozarás de dicha y prosperidad. En el seno de tu hogar, tu esposa será como vid, llena de uvas; alrededor de tu mesa, tus hijos serán como plantas de olivo. Tales son las bendiciones de los que temen al Señor”.

Dios ama la familia, le agrada la prosperidad del hogar, su armonía, su salud, los recursos materiales y todo detalle que la familia recibe por sus bendiciones. Incluye también su maravillosa presencia: Él observa en esa visitación que hace a nuestro hogar, que sus miembros tienen una vida de contentamiento, de armonía, responsables con su vida espiritual, de fe, oración y de obediencia a su palabra, así como, el servicio que dan en favor del extendimiento de su reino. De los recursos recibidos de parte de Él como es la salvación del alma, una vida de comunión, dones y capacidades, trabajo, dinero, salud y tantas otras cosas. Es su anhelo que compartamos nuestra vida que tenemos con él con otras personas. Esa vida de relación que tenemos en Cristo y la obra del Espíritu suyo que tenemos cada día con él.

Todas las familias tenemos la responsabilidad de hacer el esfuerzo y la dedicación de orar por otras familias y que el Espíritu Santo nos indique y nos bendiga a invitar a una de esas familias a nuestro hogar para compartir con ellos la obra que Dios ha hecho en nosotros, que se den cuenta que nuestro amor por ellos y nuestra amistad es sincera y que anhelamos que tengan la paz de Cristo cada uno de ellos. Deja que Dios use tu hogar como testimonio de la perpetuidad de su nombre y que él sea glorificado.

Hagamos de nuestra vida familiar algo diferente y sobresaliente.

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