La religión exige una confianza sencilla e infantil en la bondad de Dios y en su amor vigilante. Nos pide que digamos, según las palabras del hermoso Salmo 23 “…no temeré mal alguno, porque tú estás conmigo; Tú vara y tú cayado me infundirán aliento”. Y así empezamos a llegar a alguna parte en el arte de vivir, si abandonamos nuestros temores, alzamos la vista a Dios y le oímos decir como oíamos a nuestros padres cuando éramos niños: ¿De qué tienes miedo?, no hay nada que temer hijo mío, no pasa nada.

En el mundo hay muchas personas que fracasan o no prosperan porque el libre funcionamiento de su capacidad intelectual y emocional está inhibido por ansiedad y por temor. Está preocupado por su situación económica o de su negocio, le preocupa la situación económica del país que va en decadencia. Se preocupa por su familia, por el estado físico de sus padres, de sus hermanos o de si mismo, o le preocupa el pecado que cometió y nadie sabe y que la consecuencia se vuelva contra él y afectará a la familia. Sus energías están dispersas en varias direcciones por todo el espectro de sus ansiedades. Así carece de la dureza mental y emocional que requiere el éxito. La ansiedad profundamente enterrada en el subconsciente es la causa de que cada vez haya mayor número de fallos de eficacia en nuestro tiempo. ¿Qué se puede hacer ante tales circunstancias tan difíciles? ¿Cual es la cura para la ansiedad y el temor? La mejor respuesta la tiene Jesucristo: “Busquen el reino de Dios y su justicia y todas las demás cosas se les dará” (Mateo 6:25,33).

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