Y le digo a Dios, a mi Roca: ¿Por qué me has olvidado? ¿Por qué debo andar de luto y oprimido por el enemigo? Mortal agonía me penetra hasta los huesos ante la burla de mis adversarios, mientras me echan en cara a todas horas: ¿Dónde está tú Dios? Por qué voy a inquietarme? ¿Por qué me voy a angustiar? En Dios pondré mi esperanza, y todavía lo alabaré. ¡El es mi  Salvador y mi Dios!

Salmo 42:9-11

Uno de los oficiales de la tripulación de Cristobal Colón en su segundo viaje, se llamaba Ponce de León. Fue gobernador de Puerto Rico e hizo una gran fortuna. Le llegaron noticias de una fuente, en la actual Península de Florida, esa fuente según le informaron tenía el poder de devolver la juventud al que bebía de sus aguas. Comenzó la búsqueda de esa fuente, naturalmente no la encontró, cuando fue muerto por los indios en 1521, era un hombre muy desilusionado y deprimido. Nosotros no andamos en la búsqueda de esa fuente, pero ocurre que algunas veces en el transcurso de nuestra vida también nos hemos deprimido. En medio de esa desesperación se nos olvida la obra del Espíritu de consolación. Y nos ocurre como al rey David que estaba abatido y turbado.

Lo primero que debemos hacer es:

Identificar las razones de nuestra depresión.

Puede venir porque tenemos algún enemigo. David lo dice en el v. 9 y no se trataba de algo imaginario. Recordamos cuando tenía unos 17 años aproximadamente, su papá lo envió a buscar a sus hermanos para llevarles alimentos y ver cómo se encontraban, recordamos su lucha contra el gigante Goliat, como lo enfrentó con valor y confiando en Dios lo mató. Nosotros tenemos un enemigo en común. La Biblia nos dice que Satanás anda como león rugiente buscando a quién devorar, nos incita a pecar, nos tienta a no depender en Dios.

Continúa…

Lee Salmo 42:8-11