En los días de su vida mortal, Jesús ofreció oraciones y súplicas con fuerte clamor y lágrimas al que podía salvarlo de la muerte, y fue escuchado por su reverente sumisión. Aunque era Hijo, mediante el sufrimiento  aprendió a obedecer,  y consumada su perfección, llegó a ser autor de salvación eterna, para todos los que le obedecen y Dios lo nombró sumó sacerdote según el orden de Melquisedec.

Carta a los Hebreos 5: 7-10

Un joven estaba en peligro de perder su vida debido a una enfermedad de corazón. El médico le dijo: que su única esperanza de sobrevivir era un trasplante de corazón, y también tendría que cambiar algunos malos hábitos. El joven  paciente se negó, diciendo que no tenía dinero para ese trasplante. Con una gran compasión, el médico le miró y le dijo. No te preocupes, tenemos un donante de corazón y yo pagaré el costo. Por favor no te niegues, acéptalo. El joven agarró el brazo del médico y le dijo: ¿por qué vas hacer esto, cuando yo te te he causado tanto dolor y tristeza, papá? El padre médico respondió, porque te amo más que a mi propia vida.

El gran médico Jesucristo descendió del cielo y vino a nuestro mundo enfermo para realizar una cirugía de corazón a la humanidad. Estos versículos lo dice y toda la carta a los Hebreos explica todo ese proceso.

Ofreció Oraciones y ruegos, con lágrimas para que Dios el Padre lo salvara de morir y eso sucedió en Getsemaní, huerto de los olivos. “Aparta de mi esta copa”. Esta petición y ruego no le fue concedida, —tuvo que beber la copa de la muerte. . . Pero la segunda petición, si le fue concedida: “Pero no lo que yo quiero, sino lo que tú quieres.” La voluntad del Padre era que su Hijo muriera para salvar a la humanidad perdida. En esta experiencia de Getsemani y en la agonía de sus oraciones, Cristo aprendió la obediencia por lo que sufrió. Reconoció que lo que él deseaba no coincidía con la voluntad de Dios y mostró su temor reverente al obedecer la voluntad de Dios y no la de él, a pesar de esa muerte terrible y sangrienta, ajustó su voluntad – a la voluntad de Dios. No fue fácil, derramó lágrimas, rogó 3 veces. Sufrió terriblemente aunque no por errores propios, sino por nuestro pecado, pagó un alto precio por identificarse con nosotros los seres humanos, se hizo pecador por nosotros al cargar sobre sí los pecados de toda la gente, de toda la humanidad. Como recompensa Dios su Padre le dio el nombre: Sumo Sacerdote, superior a cualquier otro que tenga ese título.

Continúa…

Lee Hebreos 5:5-10