Al morir David, ascendió al trono su hijo Salomón a quien había designado por la voluntad de Dios. Salomón era muy joven y en su encuentro con el Señor hizo esta petición: “Ahora, Señor mi Dios, me has hecho rey en lugar de mi padre David. No soy más que un muchacho, y apenas sé cómo comportarme. Sin embargo, aquí me tienes, un siervo tuyo en medio del pueblo que has escogido, un pueblo tan numeroso que es imposible contarlo. Yo te ruego que le des a tu siervo discernimiento para gobernar a tu pueblo y para distinguir entre el bien y el mal. De lo contrario, ¿quién podrá gobernar a este gran pueblo tuyo?” -Al Señor le agradó que Salomón hubiera hecho esta petición-  Y le respondió … “Voy a concederte lo que has pedido. Te daré un corazón sabio y prudente, como nadie antes de ti lo ha tenido ni lo tendrá después”. Salomón recibió lo que Dios le prometió, fue un hombre muy sabio, muy rico y muy famoso.

Consideremos, a la luz de la experiencia del joven Salomón en su encuentro con Dios. Gracias a Jesucristo también tenemos la oportunidad de encontrarnos con el Señor por medio de la oración. Pregunta importante para nosotros, ¿le agradan a Dios nuestras peticiones? Cuando le agradan, hemos recibido su respuesta, porque hemos pedido con fe, apelando a su voluntad. ¿Será por eso que algunas veces no recibimos lo que pedimos porque no le agradan? Santiago el escritor dice en su Carta, “que no recibimos, porque pedimos mal y pedimos dudando.” Otra consideración, es una pregunta para ti. ¿Le has pedido a Dios sabiduría para saber discernir tus asuntos y hacer las cosas bien o mejor? Si tu respuesta es no, te aconsejo que el próximo encuentro que tengas con Dios, el cual debe ser cada día, pídele con humildad sabiduría y Él te la dará, así como responderá a tus peticiones porque las harás con sabiduría buscando su voluntad, “que es buena, agradable y perfecta”. Y todo lo que hagas te saldrá muy bien. Que así sea.

Lee I Reyes 3:1-15