El profeta Malaquías fue contemporáneo del sacerdote Esdras y del gobernador Nehemías. Habían regresado del exilio Babilonia. Sorobabel, Josué y otros iniciaron  la reconstrucción del templo en Jerusalén, Nehemías y otros iniciaron la reconstrucción de las murallas que protegían la ciudad. Lograron terminar el trabajo. Esdras inició el culto a Dios y los sacrificios por el pecado en el nuevo templo. El pueblo comenzó a desviarse de Dios, los hombres a mezclarse con mujeres paganas y no cumplir con  los mandatos de Dios, los animales para el sacrificio eran defectuosos. Los sacerdotes eran indolentes, y apáticos para dar mensajes de reproche, de amonestación a la gente que se estaba descarriando.

El profeta  Malaquías comienza a predicarles, no inicia con reproches, sino con una amonestación de que el pueblo no estaba respondiendo al amor de Dios, quien los había librado de la esclavitud en Babilonia. Se estaban desviándo del camino y los mandatos de Dios. Posteriormente sus sermones, sí fueron de acusaciones, reproches e infidelidad en sus diezmos y juicio contra ellos y  los sacerdotes. Les dice: “El hijo honra a su padre y el siervo a su amo. Ahora bien, si soy Padre, ¿Donde está el honor que merezco? Y si soy Señor, ¿Donde está el respeto que se me debe? Yo, el Señor Todopoderoso les pregunto a ustedes, sacerdotes que desprecian mi nombre” (1:6-14). Dios amaba a su pueblo, pero el pueblo tenía en poca estima ese amor del Señor.

Tu y yo somos amados por Dios el Padre, nunca dudes de su amor y de sus cuidados que tiene para con nosotros, Él nos provee de bendiciones materiales, bendice nuestra salud, da seguridad y apoyo en lo que necesitamos. Debemos ser agradecidos y al orar, decirle que lo amas. Nunca te apartes de la comunión con Él.

—Te recomiendo leer el libro de Malaquías.

Lee Malaquías 1:6-14