En el transcurso de nuestra corta o larga vida tendremos que afrontar nuestras tormentas, algunas son pequeñas y breves, otras son grandes y duraderas. Pero unas y otras son alarmantes e inesperadas que afectan nuestro estado anímico y fastidian nuestra paciencia. El apóstol Pablo nos aconseja, casi como una advertencia: ~ Manténganse alerta; permanezcan firme en la fe; sean valientes y fuertes. ~ (1 Corintios 16:13).

Consideró que son buenas las expectativas. Primero, estar atentos cuando nuestras circunstancias comienzan a cambiar. Que no nos agarren por sorpresa, estar siempre prevenidos o expectantes, así el golpe de la tormenta no nos afectará demasiado. Nuestra fe es un ancla segura para los vientos tempestuosos, debe estar depositada en Dios y su poder de ayuda, sin fe es imposible agradarle. La fe es un sostén del cual debemos estar asidos, la valentía es una manifestación de poder para enfrentar lo que nos ataca o quiere afectarnos y nuestra fortaleza emocional o física es un medio de apoyo.

Si nos deprimimos ante la tribulación, prueba o ataque terminaremos derrotados. Así que, la firmeza de carácter, la fe en Dios y su poder que todo lo puede, estará a nuestro alcance siempre y cuando lo creamos, el valor empeñado nos lleva a no tener miedo a esa tormenta o tribulación y la fuerza de nuestras emociones o sentimientos nos sostendrán aún en la enfermedad, el dolor, la soledad, la incomprensión y la escasez.

Jesucristo se comparó con una vid (planta) y a sus seguidores los comparó con las ramas, y dijo: “separados de mí no puede hacer nada” (Evangelio de Juan 15:4-5). Es una invitación para que permanezcamos unidos a Él en toda tormenta o circunstancia, Él nos dará la paz y la fortaleza para salir victoriosos.

Lee Juan 15:3-5