Los Diez Mandamientos son la base moral en todas las naciones del mundo. Toda legislación que desea la justicia, el orden y la equidad social debe incluirlos. En el Monte Sinaí, Dios escribió los mandamientos en dos tablas de piedra y se las entregó a su siervo Moisés a quien había constituido como líder de su pueblo Israel. Moisés, en un arrebato de ira al ver el becerro de oro que habían fabricado para que representara a Dios, en medio de danzas y gritos de alegría, rompió las dos tablas delante del pueblo. Moisés tuvo que regresar a la cúspide del monte para recibir nuevamente la Ley, ahora le tocó escribirlas.
Los mandamientos de Dios deben ser obedecidos, por el contrario no hacerlo trae como consecuencia el castigo de Dios, aquí en este mundo y después de morir. Los mandamientos sensibilizan la conciencia en muchos y en otros no. Hay un contraste entre el libertinaje y la ausencia de lo que es malo llamado pecado, la moral, la justicia y el bien común entre los seres humanos.
Los primeros cuatro mandamientos se refieren a nuestros deberes para con el único y verdadero Dios, Creador, Sustentador y Redentor del hombre. Los otros seis mandamientos se refieren a nuestra responsabilidad para con nuestro prójimo y la reciprocidad que todos merecemos en el bien común.
Jesucristo resumió los Diez Mandamientos en dos: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, y con toda tu mente. Y amarás a tu prójimo como a ti mismo”. De estos dos Mandamientos depende toda la ley y los profetas (Evangelio de Mateo 22:37-39). Nuestra vida personal puede ser más feliz, más exitosa y eficaz, ya sea en la familia, en nuestro trabajo, y en nuestras relaciones humanas, así como con Dios, si tan solo obedeciéramos estos mandamientos que tienen vigencia ahora y lo tendrán siempre.
Lee Éxodo 20:1-17