Los israelitas partieron de la montaña del Señor y anduvieron por espacio de tres días, durante los cuales el arca del pacto del Señor marchaba al frente de ellos para buscarles un lugar donde acampar. Cuando partían, la nube del Señor permanecía sobre ellos todo el día. Cada vez que el arca se ponía en marcha, Moisés decía: ¡Levántate, Señor!

Libro de Números 10:33-35

Un desierto hostil, calor sofocante, escasez de agua y alimentos, gran sacrificio la meta una tierra prometida que hay que conquistar. Un desafío casi imposible para un pueblo numeroso compuesto por hombres, mujeres, ancianos y niños, nada fácil de liderar; pero Moisés el siervo de Dios, con paciencia, sabiduría y con el apoyo de Dios pudo pastorearlos a pesar de las dificultades, dudas, desacuerdos y rebeldía.

El actuar de Dios era maravilloso cada día, cuando los veía agotados el arca y la nube se detenían y reposaban, cuando la nube y el arca se movían, ellos avanzaban en su caminar buscando la tierra de promisión; esto sucedía ante la petición de Moisés siervo de Dios, que decía: ¡Levántate, Señor!

Nosotros, como este pueblo difícil y quejoso, también en ocasiones nos comportamos inconformes por la situación que vivimos o al transitar por el desierto hostil donde experimentamos poca fe, no tomamos el agua de vida que es la palabra de Dios, no buscamos una promesa de Él, para apoyarnos ante la situación desesperante que estamos viviendo o decaemos en aceptar su voluntad al enfrentar una enfermedad, o una economía escasa o problemas sin resolver.

Como Moisés digamos: ¡Levántate, Señor!, ve conmigo o que tu presencia me proteja, no quiero batallar solo, creo que tú eres la solución ante mi infortunio. Por favor Señor, yo también soy tu siervo (a). Gracias, me siento feliz y en paz con tu compañía, porque contigo lograré la victoria. 

Lee Números 10:33-36