Job dijo: Desnudo salí del vientre de mi madre, y desnudo he de partir. El Señor ha dado; el Señor ha quitado. ¡Bendito sea el nombre del Señor!

Job 1:21

Una vida próspera en lo material, en lo físico y en la unidad familiar es agradable y placentera, pero en lo espiritual es muchísimo mejor.

El creyente en Jesucristo necesita ciertos beneficios en su vida responsable delante de Dios, estas bendiciones vendrán y hará más cómoda su vida, en la vida familiar, en aras de emociones controladas, hasta que llega el infortunio distorsionándolo todo. Lo bueno se hace malo y lo bello se transforma en fealdad, rompiéndose el equilibrio de la felicidad a la infelicidad, de lo agradable a lo desagradable. El miedo, la destrucción, la miseria, y la muerte de los amados. El abandono, el dolor, la enfermedad y la soledad llegan al ser humano para hacer estragos provocando confusión, intenso dolor y profunda depresión. Esa fue la experiencia del hombre llamado Job. En esa situación todo mortal y de manera particular los temerosos de Dios se preguntan: ¿Por qué sufren los justos? ¿Es posible poner en tela de duda la piedad desinteresada?                 

La vida cristiana que decide vivir un hombre o una mujer, parecida a la vida de Job en su relación y comunión con el Dios eterno y Soberano es posible, si se ha logrado la madurez en la fe y en la dependencia en el Espíritu Santo. En la que Dios, está dispuesto a aceptar el desafío del acusador y su honor está en manos del creyente justo. Qué tremenda responsabilidad, nada fácil, pero no imposible.

No se tiene que claudicar ante la adversidad sino demandar al todopoderoso la paciencia y el valor para soportar los ataques del adversario que desea ganar la partida y demostrar la infidelidad y falta de carácter del creyente en su Dios. Aceptar por parte del hijo de Dios la voluntad de Él en el presente y en el futuro, confiando en su promesa: ~no temas, se valiente yo estaré contigo~ Promesa que le hizo a su siervo Josué.

Esa y otras promesas son también para ti. No podemos comprender del todo el sufrimiento, tampoco por qué lo permite Dios. Si su amado Hijo sufrió hasta la muerte y muerte de Cruz, aceptemos que siempre hay un propósito y una victoria al final. Cristo resucitó y Él nos ha “prometido estar con nosotros todos los días.” Y como el apóstol Pablo podemos afirmar: “Todo lo puedo en Cristo que me fortalece.”

Lee Job 1:13-22