“Todos estaban asombrados (los creyentes) por los muchos prodigios y señales que realizaban los apóstoles. Todos los creyentes estaban juntos y tenían todo en común; vendían sus propiedades y posesiones, y compartían sus bienes entre sí según la necesidad de cada uno. No dejaban de reunirse en el templo ni un solo día, compartían el pan en las casas, comían juntos con alegría y sencillez de corazón. Alabando a Dios y disfrutando la estimación general del pueblo. Y cada día el Señor añadía a la iglesia los que iban siendo salvos.” (Hechos 2:41-47)

En la iglesia naciente del primer siglo, sucedieron maravillosas experiencias, en la adoración, en la predicación del evangelio de Jesús, en el apoyo social, en el compañerismo, en la práctica de la Santa Cena, en las donaciones económicas. No tenían un lugar central de reunión, sino que lo hacían en las casas, ahí eran edificados los creyentes, invitaban a los no creyentes a participar del compañerismo, del convivio, recibían la palabra y se convertían a Cristo.

Es nuestra decisión de hacer exactamente lo mismo con el propósito de que otros oigan el mensaje de salvación. Tenemos que crecer en nuestra vida en Cristo, porque estamos viviendo tiempos difíciles, tú lo sabes, de ahí la conveniencia para todos de obedecer buscando la voluntad de Dios y con el firme propósito de que nuestras familias, conocidos, compañeros de trabajo y amigos conozcan del Señor Jesucristo.

Lee Hechos 2:41-47