El apóstol Pedro escribió una carta muy agradable a los creyentes en Cristo, dispersos en el Asia Menor, a fin de animarlos ante la persecución que se había desatado contra los seguidores de Jesucristo y en que su fe estaba a punto de sufrir un tropiezo. Estas congregaciones de creyentes estaban en provincias y ciudades que formaban parte del Imperio Romano, en donde posiblemente el gobierno era más cruel contra cualquier creencia que no fuera la que el imperio practicaba: un paganismo y sincretismo religioso. Toda la carta fortalece al creyente que, en medio de hostilidad, desprecio, burla por causa de Cristo y de su evangelio sufran por causa de su fe. Hace énfasis el escritor sobre la salvación que se muestra en el bautismo cuya demostración es público y que ellos debían dar testimonio, de la obra de Cristo en su vida a pesar de las circunstancias adversas.
El bautismo no salva del pecado, sino que debe hacerse por compromiso y obediencia a Cristo el Salvador. El apóstol dice: “Que esta salvación es posible por la resurrección de Jesucristo” (1 Pedro 3:21c). En el bautismo el creyente declara públicamente que cree en la muerte y en la resurrección de Jesucristo a quien ha decidido seguir. El bautismo es el símbolo de lo que ya ha ocurrido en el corazón y vida de alguien que ha confiado en Cristo como Salvador (A los Romanos 6:3-5; A los Gálatas 3:27; A los Colosenses 2.12).
Tu sabes cómo estás viviendo tu salvación y tu compromiso con el Señor, también él lo sabe, lo que te recuerdo es que esa salvación costó un enorme precio a Jesucristo, su vida, sus sufrimientos y crucifixión. Nosotros con mucho más fervor, devoción y compromiso debemos reflexionar en esto, te recuerdo la palabra de la carta a los Hebreos 2:1-3 “Por eso es necesario que prestemos más atención a lo que hemos oído, no sea que perdamos el rumbo. Porque si el mensaje anunciado por los ángeles tuvo validez, y toda transgresión y desobediencia recibió su justo castigo, ¿Cómo escaparemos nosotros si descuidamos una salvación tan grande?