En el sufrimiento nadie se escapa, se presenta de diferentes maneras, en la enfermedad, en las actitudes de las personas, aún en algunos de la propia familia, en el trabajo o en los centros de estudios académicos, en el desprecio que algunos sufren por causa del evangelio, por causa de Cristo.

El apóstol Pablo no fue el único en cuanto a estos sufrimientos, sus compañeros y amigos en el trabajo misionero; sus sufrimientos fueron variados: persecución constante por los  judaizantes, (eran aquellos que querían imponer la observancia de la ley de Moisés a los cristianos gentiles, que era necesaria para salvación en Cristo) perseguido también por judios y por autoridades gentiles, sus enfermedades físicas, las iglesias en conflicto, el abandono de colaboradores y la deserción de creyentes de las diferentes iglesias por ser seducidos por falsa doctrina.

Pablo tiene una perspectiva eterna, sus sufrimientos como la de todos nosotros son temporales, no debemos perder la esperanza de la eternidad con Cristo, por lo que es necesaria una renovación continua de nuestra vida espiritual para no caer en la desesperación que produce el sufrimiento, porque muchos se desaniman en medio de la prueba y la tribulación. El apóstol estaba consciente y seguro de que sus días de su vida terrena están por terminar, considerando que su cuerpo físico se deterioraba constantemente, pero que su hombre interior se renovaba día tras día, preparándose para el momento preciso de morir y ser llevado al cielo. El es un ejemplo de que necesitamos esa renovación por la palabra y la comunión con Dios y con Jesucristo con la ayuda del Espíritu Santo, pedir la ayuda divina para que no claudiquemos ante el sufrimiento, que nuestra fe pueda crecer y lograr esa preparación para el día cuando Dios nos llame para estar y vivir con Él.

Lee 2a Carta a los Corintios 4:16-18