Después de esa declaración leamos el versículo 21 el cual dice que Jesús, lleno de alegría por el Espíritu Santo alabó a su Padre, diciendo: “Te alabo Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque habiendo escondido estas cosas de los sabios e instruidos, se las has revelado a los que son como niños. Sí, Padre, porque esa fue tu buena voluntad.”

La alabanza de Jesús era por la revelación que hizo Dios a estos discípulos, el poder que les dio para hacer las obras en favor de los necesitados al dar testimonio de Jesús como el Mesías, el enviado de Dios. Jesús continúo haciendo la declaración de su intimidad que tiene con Dios su Padre y su Padre con Él.

“Mi Padre me ha entregado todas las cosas. Nadie sabe quién es el Hijo, sino el Padre, y nadie sabe quién es el Padre, sino el Hijo y aquel a quien el Hijo quiera revelárselo.” (v. 22). Jesús ya había dicho “Yo y el Padre uno somos” o “el que me ha visto a mi, ha visto al Padre” (Juan 10:30; y 14:9).  Es una afirmación para que los discípulos no tuvieran más dudas de la veracidad de quién era. Los discípulos creyeron que Jesús era el Mesías, el enviado de Dios en el cumplimiento de sus promesas, que de la raíz de Eva la primera mujer creada saldría el que derrotaría a la serpiente antigua que la hizo pecar y también a Adán. Confirma que del linaje de Abraham vendría la bendición para todas las familias de la tierra. Además que sería del linaje del Rey David, su descendiente que perpetuaría su reino eternamente.

Aquellos discípulos lo comprendieron. También nosotros debemos comprender que Jesús demostró con su vida y su sacrificio en la cruz quién era en realidad.

Continúa…

Lee Lucas 10:20-22