“Hermanos, no queremos que ignoren que va a pasar con los que ya han muerto, para que no se entristezcan como esos otros que no tienen esperanza.

I Tesalonicenses 4: 13

La muerte física o biológica es una experiencia fatal para el que se va y para la familia. Un trago amargo que hay que beber. No es fácil por el amor que nos dio esa persona, sea papá o mamá u otro ser amado, su presencia de la persona, lo que dio y lo que recibió nos producirá tristeza, su ausencia será difícil de sobrellevar. Su persona, sus logros, éxitos y fracasos y maravillosas actividades compartidas, etc. Es un sacudida o conmoción emocional y mental. 

Se experimenta frustración, porque había planes para alcanzar, ciertos objetivos. No se estaba preparado para enfrentar la muerte. Se afecta la economía cuando los hijos son niños o adolescentes, aunque a todos los afecta cuando es el padre porque no aseguró el futuro de la familia y si lo hizo, aún se extrañará el buen consejo, la opinión o la perspectiva futura  de los hijos. Cuando los hijos son adultos se presenta el problema de la madre, una viudez difícil de sobrellevar, por la soledad, con quien vivirá, su economía si no se planeó, etc.  Y cuando es la madre la que murió son afectados los niños y adolescentes porque dejó su buena labor en favor de ellos inconclusa, es una ausencia mayor, la orfandad desquicia y afecta al más valiente.

Más importante es responder si tenemos esperanza que nuestro ser amado logró llegar al cielo de Dios, al paraíso, a la ciudad donde Dios espera a los que le fueron fieles, a los que lo aman, le obedecieron, se refugiaron en su Hijo Jesucristo, nacieron de nuevo por la obra del Espíritu, y le sirvieron en el extendimiento  de su reino. Si no es así, se dejará al juicio de Dios. Pero si se tiene esta esperanza no estamos en la ignorancia, seguros estamos que nuestro ser amado descansa de los sufrimientos, pero sus obras continúan por medio de los suyos y de la fe compartida a otros. Eso debe producir paz, confianza y esperanza que un día nos reuniremos con Cristo y con la persona amada. Mantengámonos firmes en esa esperanza.

Lee 1 Tesalonicenses 4:13-18