A todos los lectores de la Biblia nos atraen ciertas historias o vivencias de ciertos personajes, como Noé, Abraham, Jacob, Sansón y otros más, pero uno no deja de leer el relato del profeta Jonás. El hombre era temeroso de Dios, estaba sirviendo en el ministerio profético y recibía revelación para comunicarlo a sus contemporáneos según las indicaciones de Dios, el hombre por ser tan nacionalista, racista y vengativo, desobedeció el llamado de Dios, quién lo comisionaba a ir con los asirios a su ciudad capital Nínive para advertirles que serían destruidos por el Señor Dios de Israel, a menos que se arrepintieran de sus pecados, injusticias, maldades y serían perdonados. Los asirios eran enemigos del pueblo de Jonas, Israel. Jonás no quiso obedecer a Dios y se fue hacia otro territorio, posiblemente pensando que Dios no lo buscaría y llamaría a otro de los profetas para comisionarlo en su lugar.
La desobediencia ante cualquier autoridad trae consecuencias, ante Dios es aún más fatal, Dios desea lo mejor para sus hijos, pero si estos no se sujetan a su voluntad tendrán que enfrentar consecuencias que lamentar. Tenemos el testimonio de hombres y mujeres que fueron sumisas, humildes y obedientes al Señor, y hubo gran bendición para otros y para ellos mismos por su actitud de obediencia. Cuando los hijos de Dios no se sujetan a la voluntad de Dios el Padre, sufren las consecuencias y después preguntan, ¿por qué me sucede esta situación? a veces en la enfermedad, o en el infortunio. Cuando reconocemos que hemos pecado al desobedecer al Señor y le pedimos perdón, el cambia su actitud hacia nosotros.
Jonás no lo hizo hasta que le llegó la calamidad, no se arrepintió, prefirió el suicidio, porque les dijo a los marinos del barco en que él viajaba que lo arrojaran al mar. Es conveniente el arrepentimiento oportuno, pedir perdón y encontraremos gracia ante Dios su bendición nos será restituida. Es mejor obedecer que ofrecer sacrificios necios.