Jesús salió cargando su propia cruz hasta el lugar de la Calavera (que en arameo es Golgotha). Allí lo crucificaron, y con él a otros dos, uno a cada lado y Jesús en medio.

Evangelio de Juan 19:17-18

En el Imperio Romano en los países ocupados por sus fuerzas militares, todo hombre que se resistía a su gobierno, los crucificaba por rebeldes, sediciosos o revolucionarios, los consideraba enemigos peligrosos. Por el mal testimonio que dieron de Jesús los fariseos, ante el gobernador Pilato, no teniendo otra opción, aunque sabía que era inocente. Para apaciguar los ánimos de una multitud que pedía a gritos que Jesús fuera crucificado, a pesar de que su esposa le advirtió que no tuviera nada que ver con el justo hombre, accedió a sus demandas por miedo a una denuncia ante el Cesar, gobernante del imperio. Entregó a Jesús para ser crucificado. Ya había sido maltratado a golpes por la policía del templo, también mucho más por los soldados romanos, quienes lo azotaron, lo escarnecieron, le colocaron una corona entretejida de espinas, se burlaron y lo golpeaban. En El Monte del Golgotha lo crucificaron con clavos en sus manos y los pies sobre el madero, para que muriera lo laceraron con una lanza cruzando su costado en estado de agonía, murió después de 6 horas. Antes pidió a Dios su Padre perdón por sus enemigos, por los que lo crucificaron, por la multitud y por toda la humanidad pecadora. Logró rescatar espiritualmente  a uno de los ladrones crucificado prometiéndole el paraíso, así también pidió a uno de sus discípulos llamado Juan, que se hiciera responsable de su madre María.

Jesús el Cristo no murió como un bandido o revolucionario, murió por ti y por mi. Si creemos en él y lo seguimos como discípulos, nos promete el perdón de los pecados, por Dios su Padre y la vida eterna en el paraíso. “Cree en el Señor Jesucristo y serás salvo”. Debemos serle fiel hasta la muerte.

Lee el relato Juan 19:17:37