La confesión de los pecados corrobora las obras de expiación. Por confesión hay que entender, en principio, que el pecador se reconoce culpable delante de Dios y se pone en la verdadera disposición para una sincera conversión.

Por expiación tenemos que comprender el acto de restaurar las relaciones entre Dios y el ser humano, deterioradas por el pecado. Como el hombre no tenía ni derecho, ni méritos, Jesucristo lo hizo posible con su sacrificio en la cruz. Así entendemos que la confesión se hace necesaria para recibir el perdón de nuestros pecados, ya arrepentidos y confesados a Dios por medio de los méritos de Cristo. Es lo que el Apóstol Juan nos aconseja: “Si confesamos nuestros pecados, Dios, que es fiel y justo, nos los perdonará y nos limpiará de toda maldad.” … “si alguno peca, tenemos ante el Padre a un mediador, a Jesucristo, el Justo. Él es el sacrificio por el perdón de nuestros pecados, y no solo por los nuestros sino por los de todo el mundo.” (1 Juan 1:9; 2:1,2) 

La confesión hace necesaria ciertas acciones, como, la alabanza a Dios, la gratitud. Es también necesaria para toda oración, no somos oídos si no confesamos nuestros pecados, faltas y errores o enemistades con otros. Es necesaria la confesión para participar de la Santa Cena (Eucaristía), de una manera sincera, con contrición por los pecados cometidos después de nuestra salvación, los pecados antes de nuestra salvación ya han sido perdonados. El Apóstol Pablo nos recomienda que nos examinemos bien antes de tomar la Cena del Señor, para no comer juicio y condenación y se nos haga culpable de la muerte de Cristo. Confiesa tus pecados bajo un verdadero arrepentimiento.

Lee 1 Juan 1:5-10 2:1,2