El discipulado fue un ministerio arduo que Jesús ejerció en la formación de sus apóstoles, tarea ardua y paciente para ayudarles, porque en el futuro ellos serían los responsables de la obra de Dios cuando él se ausentara y depositaría su confianza en que ellos llevarían acabo la tarea que les dejaría aún a consta de su vida.
Jesús antes de regresar al cielo a lado de su Padre les prometió que jamás los dejaría solos porque su presencia, su Espíritu estaría con ellos todos los días hasta el fin del mundo, y lo cumplió. A los 40 días que Jesús ascendió al cielo, descendió el Espíritu Santo sobre los apóstoles y sobre todos los creyentes que también eran discípulos suyos. Y su presencia ha estado en cada generación de los seguidores de Cristo incluyéndonos a nosotros que somos sus discípulos. Tenemos en nosotros su presencia cada día, entre tanto estemos aquí en la tierra.
Un verdadero discípulo comprende que:
1. Tiene la mente de Cristo (1 Corintios 2:16)
2. Un verdadero discípulo es una nueva criatura. (2 Corintios 5:17)
3. Está sentado en lugares celestiales juntamente con Cristo (Efesios 2:16)
4. Ya ha sido bendecido con toda bendición espiritual (Efesios 1:3)
5. Es coheredero con Cristo (Romanos 8:17)
6. Por las llagas de Cristo ha sido sanado (Isaías 53:5)
7. Es escogido por Dios (Efesios 1:4)
8. Dios lo ama con amor eterno (Jeremías 31:3)
9. Heredero de Dios (Romanos 8:17)
10. Es Instrumento de justicia (Romanos 6:13)
11. Lleva la Cruz de Cristo (Lucas 9:23)
El discipulado es una tarea que tenemos que cumplir. Cada vez que hay un nuevo creyente o que nosotros hemos llevado a una persona a Cristo recibiéndolo como su Salvador y Señor, es nuestro deber discipularlo, enseñarle lo que nosotros sabemos de Dios, de Jesús, del Espíritu Santo y de las enseñanzas de la Biblia, para que sea integralmente un discípulo y reciba las bendiciones descritas del discípulo.