El Apóstol Pablo escribiendo a la iglesia de Corinto les dice: “Desháganse de la vieja levadura para que sean masa nueva, panes sin levadura, como lo son en realidad. Porque Cristo, nuestro Cordero de la Pascua, ya ha sido sacrificado. Así que celebremos nuestra Pascua no con la vieja levadura, que es la malicia y la perversidad, sino con pan sin levadura, que es la sinceridad y la verdad. (1ª de Corintios 5:7-8).

Desde ayer en todo el mundo cristiano, en occidente, medio oriente y diferentes lugares de Asia, Oceanía, como en las islas y en lugares remotos, se inicia la remembranza de la última semana en la vida de Jesucristo en su ministerio en la tierra, así como recordar sus sufrimientos en manos de enemigos religiosos judíos, gente del pueblo acarreados y otros confundidos, también extranjeros gentiles representantes del gobierno romano de ocupación y de sus soldados violentos, corruptos y blasfemos. Bien decía el salmista David, profetizando sobre el Ungido del Señor: “¿Por qué se sublevan las gentes…los reyes de la tierra se rebelan; los gobernantes se confabulan contra el Señor y contra su ungido?” (Salmo 2:1, 2).

Mucha gente ya no participa de este recogimiento espiritual, aprovechan para ir de vacaciones. Otro tipo de personas guardan sus tradiciones religiosas. Los seguidores de Jesucristo debemos recordarlo en los sufrimientos, en su muerte de cruz por nuestros pecados, y recordarlo en su resurrección. La fecha de la pascua judía y la variante fecha de semana santa, casi no coinciden salvo ciertas ocasiones. El Apóstol dice que Cristo es nuestra Pascua. Durante la pascua, las familias judías removían de sus hogares la vieja levadura, porque casi todas hacían pan para su propio consumo (Éxodo 12:15-20; 13:1-10). De igual manera, debían ser eliminadas la malicia y maldad representadas por la levadura de la iglesia local en su fiesta de pascua continua. Para el creyente seguidor de Jesucristo, esta práctica debe ser constante y sin interrupción, en especial porque reconoce que Cristo ya fue sacrificado una vez y para siempre por nuestros pecados por el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo  (Juan 1:29, Hechos 10:10, 14).

La celebración más enfática de este sacrificio se encuentra en la Santa Cena, para gloria de Dios y un recordatorio de la muerte de Cristo. ¡Él Vive! Y prometió volver a esta tierra. ¡Créelo!

Lee 1 Corintios 5:7,8