Mira que estoy a la puerta y llamo. Si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré y cenaré con él, y él conmigo.
Apocalipsis 3:20
Cristo le dice a los cristianos de la ciudad de Laodicea: “Yo reprendo y disciplino a todos los que amo. Por lo tanto, sé fervoroso y arrepiéntete.” Posteriormente les dice, que está tocando la puerta de sus vidas, si oyen su voz y abren la puerta, Él entrará y cenará con ellos; como un buen amigo que nos invita a cenar y a veces es mutua la invitación.
Esto es lo que Él dice, porque su invitación es para nosotros también, bajo ciertas condiciones que son: el que abre la puerta debe ser primeramente fervoroso, con recibimiento entusiasta en su vida, con pasión, sinceridad, y prontitud. En segundo lugar quien abre la puerta debe arrepentirse de todo pecado, el arrepentimiento debe ser veraz, reconociendo que hicimos mal a otros, a nosotros mismos, y ofendimos a Dios. Ya que lo malo nos contamina, en contraste con Jesucristo quien es santo, puro, perfecto, sin ningún pecado, jamás hizo mal a nadie, su caminar en esta tierra fue perfecta, siempre hizo el bien a otros que necesitaban amor, compasión, salvación y amistad.
Cuando Cristo Jesús entra a nuestra vida por decisión nuestra al abrir nuestro ser interno a él nos dará las mismas bendiciones espirituales. Nos justificará ante el Padre Dios, de que nosotros no somos culpables de ningún pecado porque él ya los llevó sobre si mismo en la cruz del calvario. Serás perdonado por Dios, declarado sin culpa, tu alma será salva y tendrás vida eterna con nuestro Salvador; además te dará al Espíritu Santo para que esté en ti y contigo, así como yo he recibido esa bendición.
Si aún no has abierto la puerta de tu vida, hazlo pronto, porque nuestra existencia aquí en la tierra es pasajera. El morir sin Cristo es muy lamentable porque tu alma no llegará al cielo, se perderá para siempre.