El ángel dijo a las mujeres: “No tengan miedo; sé que ustedes buscan a Jesús, el que fue crucificado, no está aquí, pues ha resucitado, tal como dijo. Vengan a ver el lugar donde le pusieron. Luego vayan pronto a decirles a sus discípulos: Él se ha levantado de entre los muertos y va delante de ustedes a Galilea. Allí lo verán. Ahora ya lo saben”. Así que las mujeres se alejaron a toda prisa del sepulcro, asustadas pero muy alegres, y corrieron a dar la noticia a los discípulos. En eso Jesús le salió al encuentro y las saludó. Ellas se le acercaron, le abrazaron los pies y lo adoraron.
Evangelio de Mateo 28:5-9
El viernes de pascua cuando se sacrificaba el cordero para recordar la liberación del pueblo de la esclavitud egipcia y la salvación del hijo primogénito de cada familia, Dios permitía el sacrifico de su Hijo en favor de la humanidad, terminaba la tarde, José de Arimatea y Nicodemo, bajaron el cuerpo para sepultar al Mesías Jesús, en un sepulcro nuevo de José de Arimatea, muy cerca de donde fue crucificado. El sábado se iniciaría pronto; el reposo ordenado por Dios y Jesús el Cristo también reposaría en esa tumba fría. Transcurrió el viernes, el sábado, y en la mañana, del primer día de la semana Jesús el Mesías había resucitado para gloria del Padre, para gloria suya y para que los suyos experimentaran una gran alegría. El último enemigo había sido derrotado: La muerte. La promesa que se les había dado a nuestros padres Adán y Eva, se había cumplido con todo este proceso de la pasión.
Las mujeres adoraron a su amado Salvador y Señor, los discípulos expectantes lo adoraron y desde entonces su pueblo redimido, judíos y gentiles lo adoramos y tenemos la promesa de Él, que volverá para llevarnos con nuestro cuerpo resucitado a su semejanza. Mientras tanto no debemos temer a la muerte porque Él ya la venció.
“¿Dónde está, oh muerte, tu victoria? ¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón? El aguijón de la muerte es el pecado, y el poder del pecado es la ley. ¡Pero gracias a Dios, que nos da la victoria por medio de nuestro Señor Jesucristo! (I Corintios 15:55-57).