Señor, Fuerza y Fortaleza mía, mi refugio en el día de la angustia.
Jeremías 16:19a
Jeremías fue un profeta que vivió en angustia espiritual por causa de la apostasía de su pueblo y debilidad política la cual duró más de veintiún años. Jeremías era un vocero de Dios, un predicador con un mensaje de juicio pero también era un guerrero y un testigo de las prácticas paganas en una extravagancia religiosa.
Desde el gobernante en turno, los cuales fueron cuatro en el tiempo del profeta, todos se corrompieron, también hasta el último ciudadano. Desde los más jóvenes hasta los ancianos. Practicaban un sincretismo religioso e impurezas sexuales.
Jeremías un hombre temeroso de Dios, era asediado por sus enemigos, el martirio era cruel, un acoso constante, no solo de injurias sino también maltrato físico. El sufría desánimo, ansiedad y dolor porque su pueblo no aceptaba sus mensajes de advertencia e invitándoles al arrepentimiento y volverse al Dios de Israel pero no se arrepentían de sus pecados e impiedades, de ser infiel abandonando al Señor su Dios. Por eso el profeta declara, que su refugio es su Señor, reconociéndolo como su fuerza y fortaleza porque el profeta sufría en cuerpo, alma y mente; su único consuelo era Dios.
Cuando nosotros los seguidores de Cristo desobedecemos las amonestaciones de la palabra de Dios y neciamente persistimos en nuestra infidelidad al Señor; no hay tampoco disposición de arrepentimiento, y un deseo de volver a El, solo nos queda recibir el juicio temporal de Dios en forma de disciplina. “Hijo mío, no tomes a la ligera la disciplina del Señor ni te desanimes cuando te reprenda, porque el Señor disciplina a los que ama, y azota a todo el que recibe como hijo” (Hebreos 12:5,6). Es necesario un sincero arrepentimiento para recibir el perdón de Dios por medio de Jesucristo.
El testimonio de Jeremías debemos creerlo e imitarlo, en las aflicciones que producen las circunstancias, el aborrecimiento de otros o nuestros malestares físicos, emocionales y espirituales tomemos la decisión de pedirle al Señor que sea nuestra Fuerza y Fortaleza, nuestro refugio ahora y siempre.
Lee Hebreos 12:5-11