El Hijo de Dios, Jesús, fue perfecto en todo a la semejanza de Adán antes de su caída de su estado perfecto, una rebelión con Dios. El hombre se convirtió en un ser malvado en sus actitudes y decisiones para afectar a otros seres humanos. La Biblia dice: “que no hay uno solo bueno”. La gran diferencia entre Jesús y todos los seres humanos es que él no desobedeció a Dios, no tuvo pecado alguno, fue perfecto mientras habitó en este planeta, nadie pudo acusarlo de pecado. Dios lo escogió como el único que puede auxiliar y salvar al ser humano en su condición o estado imperfecto. Los hombres de su tiempo, en forma particular los religiosos lo despreciaron acusándolo de blasfemo porque decía que era Hijo del eterno Dios. La verdad es que tenían envidia porque mucha gente fue traída por sus enseñanzas y su forma de vida que tenía. Lo juzgaron y lo entregaron a los romanos para que le aplicaran la muerte por crucifixión. Después de todo, fuimos culpables la raza humana porque murió por salvarnos y corregir la relación con Dios nuestro creador. Cuando el ser humano reconoce y cree esta verdad de Jesucristo vuelve al estado de gracia, de relación y comunión con su Dios creador, logrando tener victoria sobre la comparación con otros individuos.
Gracias al Espíritu de Dios llegamos a ser semejantes a Jesús al ser adoptados como hijos de Dios y herederos de la vida eterna lo cual Jesus logró como Salvador. Al morir físicamente iremos a estar con Dios en el paraíso llamado cielo. No caigamos más en la trampa de la comparación.
Lee Salmo 139:13-18