Por todos los siglos de la era cristiana han repicado estas palabras: “El primer día de la semana, María Magdalena, fue de mañana, siendo aún oscuro, al sepulcro; y vio quitada la piedra del sepulcro (tumba)” (Marcos 16:1,2). Así comienza el apóstol Juan el relato de la resurrección. Ya que su relato de la “historia de la pasión es la historia del descenso del egoísmo a la apostasía, su historia de la resurrección es la historia de la elevación del amor a la fe absoluta. Es sumamente apropiado que comenzara su relato con la experiencia de María Magdalena (Lucas 8:2). Mucho le había sido personado a ella, y su amor por su Señor fue tan grande como lo pone de manifiesto esta historia. Lo que vio María era de tremenda importancia, la primera evidencia visual de la resurrección. “La piedra había sido quitada”, de la entrada de la tumba. 

Sin ir más adelante, ella se volvió y corrió, y fue a Simón Pedro y al otro discípulo, aquel que amaba a Jesús, con las inquietantes noticias de lo que había visto: “se han llevado del sepulcro al Señor, y no sabemos dónde le han puesto”. María el gran ejemplo de amor descarriado. Tuvo evidencia, pero había llegado a la conclusión equivocada. 

Al oír esto, “Pedro y el, otro discípulo. . . fueron al sepulcro corrían los dos juntos, pero el otro discípulo corrió más aprisa que Pedro, y llegó primero al sepulcro. Una visión maravillosa sorprendió a Juan. Cuando se detuvo de su loca carrera, para mirar dentro > vio los lienzos puesto allí pero no entró a la tumba. La recompensa de haber llegado primero fue más que amplia, porque había visto la segunda evidencia, los lienzos. Tan pronto como llegó Pedro, fiel a su naturaleza impulsiva, entró en el sepulcro o tumba (especie de cueva). En el interior, pudieron ver más. No solo vieron los lienzos puestos allí sino también el sudario, que había estado sobre la cabeza de Jesús, no puesto con los lienzos, sino enrollado en un lugar parte , es decir “enrollado como un turbante, tal como había estado envuelto alrededor de la cabeza” (MacGregor).

¿Que significaban todas estas cosas? Había tres evidencias de la resurrección que juntas eran muy convincentes:

1o. La piedra quitada de la entrada de la tumba.

2o. Las sábanas con las que Jesús había sido envuelto estaban allí. Si se hubieran robado el cuerpo como sospechaba María Magdalena no podían estar ahí los lienzos.

La 3a. evidencia, no mencionada específicamente, pero evidente por dondequiera, era la ausencia del cuerpo del Señor, la tumba está vacía. Cuando Juan vio todas estas cosas creyó, un acto decisivo, no un proceso. “El no tuvo la visión del Cristo crucificado, sino de las ropas sepulcrales abandonadas. Lo que era suficiente para asegurarle que Jesús había resucitado de entre los muertos (Juan 16:16; Lucas 24:12). Creer quiere decir tuvo fe en la resurrección del Señor y es el clímax de haber escrito el relato. Juan escribe “porque aún no había entendido la Escritura” (Salmo 16:10) “que era necesario que El resucitase de los muertos”.

Lee Juan 20:1-9