Era invierno (diciembre) en Israel, se celebraba la fiesta de Jánuca o Dedicación o fiesta de la luces; conmemorando la reconsagración del templo realizada por Judas Macabeos en el año 165 a. C., después de haber sido profanado en el  168 a.C por Antioco IV (Epifanes), la fiesta duraba 8 días y era el recordatorio de la liberación de sus enemigos. Fue en esa semana cuando Jesús estaba en la ciudad de Jerusalén, enseñando a sus discípulos y predicando a la multitud. Su exposición se basaba en que Él era el buen pastor y sus ovejas lo conocían por eso lo seguían, usó también la metáfora de que Él era la puerta del redil, quien entrara por esa puerta sería salvo, enfatizó “Yo soy el buen pastor, el buen pastor su vida da por sus ovejas”. Y vino la maravillosa declaración: “Por eso me ama el Padre: porque entregó mi vida para volver a recibirla. Nadie me la arrebata, sino que yo la entrego por mi propia voluntad. Tengo autoridad para entregarla, y tengo también autoridad para volverla a tomar. Este es el mandato que recibí de mi Padre”. —Evangelio de Juan 10:17-18

Cuando leemos y consideramos la muerte de Jesús, crucificado por los soldados romanos a petición de los líderes judíos y  apoyados por otros que motivaron a la gente a gritar que fuera crucificado, Jesús tenía la verdad sobre su muerte, era una entrega voluntaria en obediencia a su Padre celestial porque Él amaba a la humanidad y deseaba salvarla y la única manera era por el sacrificio de su amado Hijo, quien voluntariamente se ofreció para redención del género humano también por amor. Jesús también les dijo a sus oyentes y a sus discípulos, que Él podía tomar de nuevo su vida, profetizando su resurrección. Su muerte fue muy cruel, sanguinaria y dolorosa, en esa condición expresó no solo para sus verdugos, sino también para los gobernantes romanos, para el sanedrín judío y para toda la humanidad: “Padre perdónalos porque no saben lo que hacen”. Logró la victoria sobre el pecado, el diablo y la muerte, porque al tercer día volvió a la vida, su Padre celestial lo resucitó, dando esperanza a la salvación del alma, vida eterna, ademas prometió la resurrección del hombre creyente en Dios y en Él como fieles seguidores. El prometió volver para establecer su reino.

Lee Juan 10:1-18