Dios es maravilloso y justo para el pueblo de Israel y para el nuevo Israel que es la iglesia esposa de Cristo. El apóstol Pablo dice que de ambos pueblos hizo uno, judíos y gentiles, quienes permanecen en la voluntad de Dios. Y quienes forman su pueblo comprado por la sangre del Cordero. El pueblo judío continúa siendo el pueblo escogido.
¿Un nuevo nombre?, suena interesante. ¿Podrá aplicarse también a nosotros? Yo creo que sí, lo veremos un poco adelante. La ciudad de Jerusalén, fue, es y será la ciudad de David; del descendiente de David, Jesucristo, llamada la ciudad de Dios, la cuidad del gran Rey.
Jerusalén es una ciudad misteriosa y la ciudad antagónica a ella que se lee en el Antiguo Testamento es Babilonia.
El Señor le promete en el libro de Isaías, capítulo sesenta y dos que su nombre de “abandonada” ya no se le llamaría de esa manera, sino que será llamada “Mi deleite”, tu tierra dice Dios, se llamara mi esposa (v.4) “Como un novio que se regocija por su novia, así tu Dios se regocijará por ti”. Maravilloso es el cuidado que Dios tiene de Israel como nación y de la tierra que les dio. En este capítulo les da una promesa más. “Digan a la hija de Sion: ¡Ahí viene tu Salvador! Trae su premio consigo: su recompensa lo acompaña. Serán llamados >Pueblo santo, redimidos del Señor< y tú serás llamada >Ciudad anhelada. Ciudad nunca abandonada<”. Excelente, ¡Que ciudad!, ante los ojos de Dios y del mundo, por eso es la manzana de la discordia de varias naciones. Oremos por la paz de Jerusalén. Su Salvador será el Mesías que rechazaron sus antepasados. Nuestro Salvador Jesucristo.
A nosotros también se nos promete un nuevo nombre, dice Apocalipsis 2.17 “…Al que salga vencedor le daré del maná escondido, y le daré también una piedrecita blanca en la que está escrito un nombre nuevo que sólo conoce el que lo recibe.” La fidelidad ante todo es lo que premia Dios, que nada ni nadie nos separe de su amor y de su recompensa. Mantengámonos con una fe firme sin claudicar, mejoremos nuestro testimonio de vida y compartamos la palabra del Señor. Que así sea.
Lee Isaías 62:1-7