Inicio con estas preguntas las cuales debes considerarlas: ¿Eres una persona emocional? ¿Te llevas bien con tus emociones?

Hay crítica sobre ellas. Algunos dicen: “no confíes en tus emociones”, “ignora tus emociones, ya caerá”, “nuestra fe está basada en hechos no en emociones o sentimientos”. Atacan a las emociones como si fueran espurias o falsas, jamás confiables. Y todavía peor, como si nunca fueran las emociones o sentimientos estimadas por el Espíritu de Dios. ¿Desde cuándo la obra del Espíritu está limitado a nuestra mente y voluntad, pero no al centro de nuestras emociones, simbolizado por el corazón? ¿Por qué tenemos miedo a las emociones o sentimientos? Dios nos creó con una mente, voluntad y emociones, y nos creó con la capacidad de sentir, por lo tanto no debemos reprimirlas, sino expresarlas y valorarlas en nosotros mismo, así como en otros.

El Espíritu Santo a menudo toca nuestras áreas sensibles de nuestra vida y nuestros sentimientos o emociones. Estos juegan un papel vital en cómo y a dónde nos guía, dándonos razones para tomar decisiones significativas o atinadas. Es por las emociones que experimentamos paz “que sobrepasa todo entendimiento”, la paz se siente. Es por las emociones que sentimos la presencia del mal y los peligros de las tentaciones sutiles. Las señales internas de inquietud e intranquilidad, son reacciones emocionales a través de ellas, se nos motiva a gozarnos o a llorar, es la recomendación del apóstol Pablo en Romanos 12:15.  Y cuando alabamos a Dios lo hacemos desde adentro de nuestra mente, porque hay que adorar con inteligencia, pero también con emoción, (el Salmo 149 dice que debemos adorar con alegría o gozo — nuestro ser emocional o en nuestras actitudes de justa indignación por la injusticia o una actitud de compasión por el sufrimiento. Dios desea y nos ordena que lo hagamos pero no podemos hacerlo sin liberar nuestras emociones. Jesús lo hizo en los patios del templo en Jerusalén cuando se indignó por los mercaderes y cambistas. Somos criaturas extrañas: orgullosos de nuestra inteligencia, obstinados de nuestra voluntad, pero vergonzosos de nuestras emociones. Entre más estamos cerca del Espíritu Santo más crecemos en nuestras emociones, Él nos controla.

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Lee Salmo 149:1-4