La virgen María lo entendió muy sabiamente cuando expresa: “Engrandece mi alma al Señor, y mi espíritu se ha regocijado en Dios mi Salvador” (Lucas 1:46). El espíritu se ha regocijado, el alma engrandece.

Explico: el alma es el asiento de nuestros pensamientos, voluntad y emociones y el espíritu es nuestro ser interior. Para la plenitud del gozo, el alma es esencial. Cuando Dios creo al hombre sopló en él, aliento de vida, dice la Escritura que fue un alma viviente. En la mentalidad judía, el cuerpo, es también una manifestación de nuestras emociones. El Nuevo Testamento llama al alma: el hombre exterior. Y al espíritu: el hombre interior. Nuestro espíritu ya fue regenerado en el Nuevo Nacimiento, pero el alma, el hombre exterior (el cuerpo); le cuesta al Espíritu Santo controlarlo por falta de nuestra colaboración, no somos dóciles, falta de madurez de nosotros como creyentes o seguidores de Cristo Jesús.

¿Por lo tanto, quién es santo y puro? solo el Espíritu Santo, como lo es Dios y como lo fue Jesucristo, él desea que también nosotros lo seamos. Debemos ser fuertes en el espíritu, para que el alma pueda ser conquistada, salvada y utilizada para su gozo más pleno.

El Señor Jesús ha planeado que nosotros encontremos descanso para nuestra alma, él dice que viene por el camino de su yugo: “lleven mi yugo, porque mi carga es ligera”, el yugo es el símbolo de unión y servicio. Entonces, apreciaremos como el alma encuentra su valor en servir a otros, a Dios y a su reino, como lo hizo Jesús el Maestro, no en gobernar nuestro propio ser.

Continúa…

Lee Romanos 8:4-11