“¡Gracias a Dios, por medio de Jesucristo nuestro Señor! En conclusión, con la mente, yo mismo me someto a la ley de Dios, pero mi naturaleza pecaminosa está sujeta a la ley del pecado”.

Carta a los Romanos 7:25

La lucha que el seguidor de Jesucristo tiene entre obedecer a Dios y no hacerlo, nos llegó desde el principio, cuando nuestro padre Adán cometió el pecado de desobediencia, el cual fue una rebelión contra Dios, seducido con la expresión que el diablo les dijo a él y a su compañera Eva: “serán como Dios, sabiendo el bien y el mal”. Ellos desobedecieron, pecaron y perdieron su perfección constituyéndose en pecadores, y heredaron a toda la humanidad una naturaleza humana caída. El apóstol Pablo al escribirles a los cristianos que estaban en Roma, la capital del Imperio, les explica este asunto, obedecer o desobedecer.

Nuestra tendencia humana es desobedecer, es más fácil, pero las consecuencias de esa desobediencia trae consigo resultados adversos. Adán y Eva fueron expulsados del huerto del Edén y de la presencia de Dios. Hay una ley en nosotros que nos conduce hacia el mal, hacia malas decisiones, el apóstol Pablo le llama la ley del pecado, nuestra naturaleza pecaminosa está sujeta a esa ley por una parte, y por la otra dice el apóstol que nos sometemos a la ley de Dios. La ley del pecado nos impulsa, nos da libertad de hacer lo que deseemos de forma negativa y anormal a los requerimientos de la ley de Dios que anhela que le obedezcamos en su voluntad, en sus principios, mandamientos y preceptos para nuestro propio bien, pero muchas veces fallamos, ofendiendo a Dios de manera agravante. Perdimos la batalla. Es en Jesucristo que debemos ampararnos porque Él no fue seducido, fue tentado a nuestra semejanza pero Él venció al pecado y al diablo. Obedeció a su Padre en todo.

El apóstol Pablo al final declara: ”¿Quién me librará de este cuerpo de muerte?, se refiere a la naturaleza caída. Esta no desaparecerá de nosotros mientras estemos en este mundo, terminará cuando muramos físicamente y entraremos a la presencia de Dios de manera perfecta por la regeneración de nuestro espíritu que logró el Espíritu Santo por haber creído en la obra y en la salvación de Jesucristo al morir por nosotros y por nuestros pecados. Mientras tanto ganemos la mayoría de las batallas de seducción o tentación, dependamos de la justicia de Cristo y de su Espíritu.

Lee Romanos 7:15-25