¡Maldito el hombre que confía en el hombre! ¡Maldito el que se apoya en su propia fuerza y aparta su corazón del Señor!

Profeta Jeremías 17:5

El ministerio del profeta duró más de 40 años, del año 625 a. de J.C. hasta unos pocos años después que el pueblo de Judá (judíos) cesase de ser un Estado libre en el año 586 a. de J.C. más de 50 años cometieron apostasía contra Dios, adorando y rindió alabanza y sacrificios a otros dioses de los países paganos que eran sus vecinos. Dejaron a un lado la ley de Moisés, la práctica de la palabra de Dios y la religión. Llegó el castigo de Dios por medio del imperio babilónico, quien venció al ejército de Judá, cientos de miles murieron, destruyeron el templo, las murallas, muchos edificios y casas, además se llevaron a muchos cautivos a Babilonia. Jeremías no fue en ese exilio era un hombre mayor de edad y enfermo, se quedó con los ancianos, minusválidos y otros más que no eran de importancia para los enemigos invasores.

La advertencia que muchas veces hizo Jeremías al pueblo, de que abandonaran la idolatría y volvieran a depender del Señor y reconocerlo como el único Dios absoluto, y verdadero, no fue oído sus mensajes de advertencia, además le dijo al rey, a su gabinete y a la élite religiosa que se rindieran ante el ejército enemigo para que nadie muriera y la ciudad no fuera destruída, pero no le prestaron atención, porque consideraron que podían vencer al ejército de los imperialistas babilónicos. Jeremías les declara maldición de parte de Dios. “Maldito el que se apoya en su propia fuerza y aparta su corazón del Señor”, la maldición se cumplió.

Cuando Dios aplica su justicia por la necedad del ser humano, no hay nada que lo impida, cuando sus advertencias son oídas, hay arrepentimiento, se abandona el pecado y se le obedece en una nueva consagración de la vida, Dios retira su advertencia de juicio. Nunca debemos olvidar, que Dios es muy  misericordioso y dispuesto a perdonar todas nuestras aberraciones, pecados y deslealtades, si nos arrepentimos confiando en la obra de Jesucristo quien llevó nuestros pecados en su muerte de cruz.

Lee Jeremías 17:1-8