Alaba, alma mía, al Señor; alabe todo mi ser su santo nombre. Alaba, alma mía, al Señor, y no olvides ninguno de sus beneficios.

Salmo 103:1-2

Algunos o posiblemente muchos cristianos encuentran difícil el pensar en la oración, sin dirigirse a Dios para pedirle algo, o quejarse de alguna situación penosa o sufrimiento que enfrentan. Claro está, que las peticiones son una parte de nuestras oraciones dirigidas a un Dios que oye. Sin embargo, la palabra de Él nos recomienda, aconseja y nos manda que lo alabemos, es decir, darle el reconocimiento que Él merece por lo que Él es, darle honor y expresar gratitud por sus obras y beneficios. Decirle lo que pensamos sobre sus perfecciones, y por su gran amor que nos tiene y por lo que sentimos por Él.

¿Por qué debemos hacerlo? Cuando uno cultiva el hábito de alabar a Dios expande su capacidad para apreciar la grandeza y la gloria de Dios y al mismo tiempo disminuye la propensión a la egolatría, así como a la apatía ante el agradecimiento que se merece. Así, comenzamos a crecer, a madurar y a desarrollar nuestra dependencia en Él.

El salmo 103 es un canto de alabanza. No hay en él ninguna petición. Hay una progresión en el diseño del salmo. Primeramente, David se habla a sí mismo, haciendo hincapié sobre la necesidad de bendecir al Señor y lo hace con un corazón humilde, sincero y agradecido. Luego se dirige a su pueblo Israel para que lo alaben. Expresa su asombro por el hecho de que Dios se digne tener en cuenta a sus criaturas que fueron creadas del polvo, finalmente con un crescendo de alabanza y más alabanza se dirige al universo entero, pidiendo que todos los seres y todo lo creado por Él, los que están en el cielo y en la tierra bendigan y alaben al Señor Dios todopoderoso.

Las oraciones son más efectivas cuando alabamos y agradecemos al Señor por lo que Él es, por lo que Él hace y por sus bendiciones. Hazlo así, te sentirás mejor cuando ores.

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