“¿No saben que en una carrera todos los corredores compiten, pero sólo uno obtiene el premio? Corran, pues, de tal modo que lo obtengan. Todos los deportistas se entrenan con mucha disciplina. Ellos lo hacen para obtener un premio que se echa a perder; nosotros, en cambio, por uno que dura para siempre. Así que yo no corro como quien no tiene meta; no lucho como quien da golpes al aire. Más bien, golpeo mi cuerpo y lo domino, no sea que, después de haber predicado a otros, yo mismo quede descalificado.”

1 Corintios 9:24-27

Hay una gran diferencia entre creer que algo es la respuesta correcta y creer que algo es un modo de vida. La primera opción reside solamente en la mente, la última acampa en la mente y el corazón. El crecimiento comienza al entender las creencias espirituales en nuestra mente, pero no puede detenerse ahí. Debemos aceptar esos axiomas y verdades en nuestro corazón. Cuando esas creencias residan en nuestro corazón, ayudarán a formar quienes llegamos a ser. ¿Por qué? Porque vivimos a partir de nuestro corazón.

¿Por lo tanto, cómo transportamos las creencias bíblicas esos treinta centímetros desde la cabeza hasta el corazón, desde el pensamiento hasta las acciones? El medio principal es llevando a cabo las prácticas bíblicas.

El apóstol Pablo considera esas prácticas como disciplinas espirituales. Cuando un creyente participa en ellas de modo rutinario y regular, la transformación se produce día a día. Se forman los músculos espirituales. Se expanden los pulmones espirituales. El corazón espiritual bombea con más fuerza. No podemos producir una transformación interior por nosotros mismos. La presencia viva del Espíritu en nuestro espíritu (corazón, voluntad) nos capacita a medida que nos rendimos a su influencia y su enseñanza en nuestras vidas. Debido a que El reside en nuestro espíritu sobrepasa todas las capas complejas donde se esconden las excusas y la racionalización, y le habla directamente a nuestro corazón. La presencia de Dios nos mueve a la acción. Las creencias correctas en la mente se convierten en expresiones externas provenientes del corazón.

El Señor Jesús usó la analogía de una vid en Juan 15 para explicar este proceso interior de transformación. Cuando aceptamos y recibimos a Cristo en nuestra vida somos reconciliados con Dios. Jesús dijo que nuestras “ramas” (nuestras propias vidas) son injertadas en la vid de Cristo. Cuando obedecemos los mandamientos de Jesús practicamos la vida cristiana, los abundantes nutrientes de la raíz de Cristo son transferidos a nuestras ramas. Finalmente, en esas ramas aparecen uvas grandes: el fruto del Espíritu.

Lee Juan 15:1-8