“Vengan a mí todos los pueblos de la tierra, yo los salvaré, porque yo soy Dios y no hay ningún otro.”

Profeta Isaías 45:22

Desde el principio de la humanidad, Dios siempre ha buscado al hombre. Su primera pregunta al primer hombre, nuestro padre Adán fue: ¿Dónde estás tú? Este se había escondido por la culpa que le embargaba, le produjo miedo y vergüenza, por haber desobedecido a su Creador. Desde entonces, Dios ha buscado al hombre, de todas las épocas. Muchas veces el hombre se resiste a responder positivamente a Dios ante su iniciativa porque Él no quiere que nadie se pierda, sino que procedan al arrepentimiento volviendo a Él.                         

¿Por qué el hombre se resiste? Porque cree que no se merece el perdón de Dios. Otra es porque le agrada su forma de vivir sin que sea necesario sujetarse a Dios. Otra, porque es indiferente a los requerimientos de Dios, no le importa. Otra más, porque cree que Él no existe, o porque acepta una de tantas variantes filosóficas sobre Dios, pero no tiene una justa relación con Él, continúa extraviado.

Dios en su gran misericordia se reveló en forma definitiva por medio de su Hijo, Cristo Jesús, constituyéndose en el Mesías Redentor y Salvador, único camino para llegar a él. El plan de Dios fue que su Hijo siendo perfecto como humano, muriera por el hombre para ser redimido o rescatado de su pecado o rebelión, salvado del dominio de la muerte espiritual y de la condenación eterna. Dios anhela que el hombre acepte su invitación, reconociendo su necesidad de Él, arrepintiéndose de sus pecados, aceptando que Jesucristo murió por su causa, para recibir el perdón y la salvación.   Además, debe invitar a Jesús como su Salvador y Señor para la salvación de su alma y por medio de Él ser adoptado como Hijo de Dios, tener una nueva vida de comunión con Él y recibir la promesa de vida eterna.

Lee Juan 3:16, Romanos 5:8, Juan 14:6, Apocalipsis 3:20, Juan 10:10