El enojo o la ira de Dios es incomprensible por el ser humano, porque consideramos que Dios es sumamente paciente y no damos crédito que Él se pueda enojar y menos airarse con nosotros, pero la realidad y veracidad es que si lo hace. Es por eso que el salmista, un sincero penitente exclama: “Señor, no me reprendas en tu enojo ni me castigues en tu ira”. Además cree que la enfermedad que está padeciendo es por causa de la indignación de Dios, por el pecado que el orante reconoce.
Ciertamente hay enfermedades como resultado del pecado de los creyentes en Dios y en su hijo Jesucristo. El salmista sabe muy bien en donde ha fallado, está experimentando tremendos dolores en su cuerpo llagoso, las molestias de sus huesos, debilidad extrema, la fiebre no desciende y su corazón está angustiado. Además tiene una depresión aguda por el acoso de sus enemigos, que planean hacerle daño, quieren su ruina, buscan su mal, considera que lo quieren asesinar. De paso sus amigos y vecinos le han dado la espalda, lo han abandonado a su suerte; entra en pánico y el miedo no lo deja respirar de tal manera que su corazón late con violencia. ¿Qué hacer ante tal calamidad?:
(1) Primeramente reconoce su pecado, porque sus maldades lo abruman, son una carga pesada, reconoce su insensatez.
(2) Confiesa su iniquidad, porque el pecado lo angustia.
(3) Busca el perdón y la reconciliación con Dios.
(4) Se abandona en las manos de Dios, diciendo: “Yo, Señor, espero en ti; tú, Señor y Dios mío, serás quien responda. Señor, no me abandones; Dios mío, no te alejes de mí. Señor de mi salvación, ¡ven pronto en mi ayuda!
-Orel Ochoa (extraído del libro Meditaciones En Los Salmos Del Rey David)
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