“La hierba se seca y la flor se marchita, porque el viento del Señor sopla sobre ellas. Sin duda, el pueblo es hierba. La hierba se seca y la flor se marchita, pero la palabra de nuestro Dios permanece para siempre.”

Isaías 40:7-8

Aquel año fue terrible no llovió durante un periodo prolongado de tiempo, se produjo una sequedad impresionante en los campos, toda la cosecha se perdió porque ni en el subsuelo había humedad que ayudara a conservar lo sembrado. Aún los habitantes no tenían suficiente agua para tomar, los pozos bajaron su nivel, los ríos su corriente era muy escasa, las lagunas se secaron, había poco alimento, se experimentaba una verdadera crisis. El profeta Isaías veía los campos desérticos, los cerros pelones, el viento levantaba el polvo y azotaba una fuerte tolvanera en las calles de la ciudad, los animales perecían por falta de agua.

El profeta bajo la inspiración del Espíritu escribió en el papiro: “La hierba se seca, y la flor se marchita . . .” El profeta no solo veía los campos en forma de desierto, sino el Espíritu lo llevo a contemplar a su pueblo que estaban secos y estériles, no había en ellos arrepentimiento, ni que buscaran la palabra salvadora, la palabra que conforta porque no querían obedecerla. Su mal proceder era reprobable, pero neciamente persistían en el quebrantamiento de los mandamientos del Señor su Dios y Redentor. 

El profeta categóricamente les dice, que, aunque ellos no obedezcan, ¨la palabra de Dios permanece para siempre.”

Nosotros debemos deleitarnos en la palabra de Dios para nuestra edificación, para obedecerla y para poner en práctica sus enseñanzas y compartirla para edificar a otros creyentes desanimados o apartados de la comunión con el Señor y compartirla con aquellos que viven sin Cristo y sin salvación. Jesucristo dijo: “estudien las Escrituras, porque a ustedes les parece que en ellas encuentra la vida eterna. Y son ellas las que dan testimonio en mi favor. – Juan 5:39

Lee Isaías 40:3-8