Jesús venía de la ciudad de Jericó con sus discípulos y mucha gente lo acompañaba porque ellos también iban a Jerusalén a la celebración anual de la Fiesta de la Pascua. Cuando llegaron a Betfagué, al monte de los Olivos, Jesús pidió a dos de sus discípulos que fueran a la ciudad y trajeran un burrito en la que ninguna persona lo había usado, hasta que él lo montó para entrar a la ciudad de Jerusalén, así se cumplió la profecía de Zacarías: “Alégrate mucho, hija de Jerusalén; he aquí tú Rey vendrá a ti, justo y salvador, humilde, y cabalgando sobre un asno, sobre un pollino hijo de asna” (9:9; Mateo 21:5).
Al entrar Jesús a la ciudad, produjo una conmoción en la multitud, tanto la gente que iba delante de él como la que iba detrás, gritaba: ¡Hosanna al Hijo de David! ¡Bendito el que viene en el nombre del Señor! ¡Hosanna en las alturas! La gente preguntaba: ¿Quién es éste? Este es el profeta Jesús de Nazaret de Galilea.
Cuando Jesús entra en la vida de la gente de manera individual conmociona, perturba y la confronta con su necesidad de Dios para perdón de pecados, de salvación de su alma y de recepción de él como Salvador y Señor. Jesús perturba a quien le permite confrontarlo con su estado pecaminoso; es por eso la urgencia de Cristo Jesús cuando les ordenó a sus muchos discípulos en el momento de su ascensión a los cielos de llevar el evangelio a toda persona, de todas las naciones para que tengan la oportunidad de llegar a ser sus discípulos y formar parte del reino de Dios, de la nueva humanidad que Dios está formando por medio de la conversión que su Santo Espíritu realiza cuando la gente acepta a Jesús como el Cristo o Mesías. Dios les da el derecho de ser llamados hijos de él. Cristo entró triunfante a la ciudad y lo hace también en nuestra vida. Disfruta su conmemoración en esta semana de pascua.
Lee Mateo 21:1-11