En el Evangelio escrito por Lucas, se narra que en cierta ocasión Jesús de Nazaret sanó a 10 hombres enfermos de lepra, los cuales salieron a su encuentro pidiéndole que los curara. —Jesús les dijo que fueran ante el sacerdote para que comprobara que estaban sanos. – Mientras iban en camino milagrosamente sanaron. Uno de ellos regresó a Jesús para expresarle su gratitud y alabó a Dios. Jesús le manifestó su aprobación y dio testimonio de su fe, también manifestó su desencanto respecto a los otros nueve que no procedieron de la misma manera. 

La historia ilustra en forma dramática que la ingratitud es irreverente. A los ingratos no les importa lo que Dios haga por ellos. Es por eso la exhortación apropiada del salmista, que no olvidemos ninguno de los beneficios de parte de Dios. No podemos pagarle, aunque así quisiéramos, Él espera nuestra gratitud y nuestro reconocimiento de que Él es bueno. La lista de sus beneficios es numerosa y demuestran su naturaleza, su carácter y su poder. El salmista pedía a sus oyentes y lectores que se alabara a Dios porque Él es bueno y eterna su misericordia (Salmo 100:5). 

Y en este salmo que estamos considerando, habla de tres beneficios que te ofrece. El versículo 8 dice: “Tú has Librado mi alma de la muerte, mis ojos de lágrimas y mis pies de resbalar.”

Primer beneficio:  Dios puede protegerte de peligros.

Debemos ver la gravedad de los peligros y la inseguridad que enfrentamos, por lo que debemos estar conscientes de la necesidad de ser protegidos por Dios.

Segundo beneficio:  Dios puede fortalecerte en las penas que tú tengas que enfrentar. No importa cuál sea el origen de tales penas, Él puede y quiere ayudarte. Te dará la fortaleza para salir victorioso. Depende de Él.

Tercer beneficio:  Dios puede cuidar literalmente tu vida. Créelo, Él conoce tu futuro y encaminará tus pasos para que vivas con seguridad y con su dirección.

Mejora tu comunión con Dios y vive en la victoria de Jesucristo.                              

Lee Salmo 116:5-12