La última consideración es: La meta que debemos alcanzar.

Estar presentes en el día de Cristo cuando regrese a este mundo. El regreso de Jesús el Señor será semejante a la de un rey. En tal ocasión los súbditos de un rey se sienten obligados a presentarle algún regalo por su lealtad y amor. El único regalo que Jesucristo desea de nosotros, está en nosotros mismos, nuestra vida de fe, de fidelidad y de servicio. De este modo, la tarea suprema de nosotros es disponer nuestra vida para ofrecérsela, hoy y mañana. Solamente la gracia de Dios nos da esta capacidad si permitimos que trabaje en nosotros su Espíritu. Su gracia completara su obra para alcanzar esa meta cuando Cristo regrese. En ese día él nos transformará en un abrir y cerrar de ojos, nos llevará con él en el arrebatamiento. Lo importante en nosotros es, no estancarnos en nuestro crecimiento espiritual en Cristo, en este hermoso proceso de vida cristiana, tenemos que tener paciencia para lograr esa meta.      

En cada ocasión que participamos de la Cena del Señor Jesús, recordamos su sacrificio y su regreso. Parece ser que la vida cristiana es un constante sacrificio a Cristo (Romanos 12:1). También será un día de prueba cuando Cristo regrese. El apóstol Pablo confía en que Dios hará crecer esta gracia en los creyentes, para que de este modo estemos preparados para afrontar el día del juicio. En el cual “ya no hay condenación para los que están en Cristo Jesús” (Romanos 8:1). Para los fieles seguidores de Cristo será un día de luz y de victoria. Es lo que dice el apóstol Pablo en la (Ia carta a los Tesalonicenses 1:10).    

Es la enseñanza, la perseverancia de confiar en Dios. Nosotros debemos confiar en el amor de Dios el Padre, confiar en los méritos del Salvador Jesús, y confiar en el poder del Espíritu Santo. “El es poderoso para guardar nuestra vida para aquel día” (2 Timoteo 1:12).

Lee 2 Timoteo 1:6-13