Todos como seres humanos hemos experimentado el duelo en alguna etapa de nuestra vida, algunos en repetidas ocasiones. Ya sea la muerte del padre, de la madre, del esposo, esposa, hijo o hija. También hay duelo por la pérdida de una persona a quien se amó o un sueño frustrado por no haberlo logrado.     

De hecho, hay esperanza en medio del duelo, podemos experimentar el consuelo en medio del dolor y recobrar el control de nuestra vida; el gozo que es necesario volverá a nosotros. No es casualidad que Jesús de Nazaret comience su muy conocido sermón de la montaña con promesas de bendición para diferentes grupos de personas, comenzando con los que sufren: “Dichosos los pobres en espíritu, porque el reino de los cielos les pertenece.” “Dichos los que lloran, porque serán consolados.” (Evangelio de Mateo 5:3-12).

Lo que estés enfrentando Dios lo sabe, Él te ve, te conoce y desea bendecirte, en medio del dolor o la prueba de tu fe que estés viviendo. Aún ante la tribulación del enemigo que en ocasiones nos acosa. En esa verdad de Cristo Jesús podemos encontrar consuelo y esperanza.

¿Sabes que Jesús experimentó el duelo? Se sintió profundamente conmovido por la muerte de su amigo Lázaro de Betania. Juan en su Evangelio lo describe: “Al ver llorar a María y a los judíos que la habían acompañado, Jesús se turbó y se conmovió profundamente . . . Jesús lloró” (11:33-34). Esto debe animarnos al pensar que el Señor no solo sabe lo que sentimos y experimentamos, sino que también puede identificarse con nuestro duelo. Él ha experimentado la pérdida y el dolor. Saber esto debe cambiar nuestro concepto acerca de: cómo vemos a Jesús en medio del dolor, la prueba o la tribulación, le interesa o no tu situación. El no solo nos da esperanza y fortaleza, sino que nos comprende, no nos deja solos en nuestro duelo, dolor, tristeza o angustia, está cerca de nosotros en su Espíritu para consolarnos, animarnos y fortalecernos.

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Lee Juan 11:1-35