Salmo 146

Inicia el Salmista con un ¡aleluya!, con una alabanza a Dios. Enfatiza que lo alaba en toda su vida y continuará cantándole mientras tenga aliento de vida. 

Aconseja que no se debe poner la confianza en gente poderosa porque es inadecuado, son seres mortales que no pueden salvar, de un momento desaparecen y sus planes son frustrados. Por el contrario, feliz es el ser humano que tiene la ayuda del Dios de Israel porque ha puesto su confianza en Él, lo considera como su única esperanza porque Él es el único creador de todo lo que existe en el cielo, la tierra y el mar. Además el ejecuta sus cuidados y justicia al oprimido, atiende a los hambrientos, da libertad a los cautivos en las circunstancias en que estén esclavizados, fortalece a los agobiados en las situaciones de su vida.

Extiende su misericordia al que sufre de ceguera, al huérfano, a la viuda y al extranjero. Estos son los males comunes de una sociedad enferma urgida de ayuda, y Dios tiene interés en solucionar estas condiciones. Dios ama y ayuda generosamente al hombre justo, temeroso, piadoso porque lo reconoce como el único dador, como Dios misericordioso, pero aborrece los planes de los impíos, injustos y malvados, planes que son frustrados porque están encaminados a afectar a los justos.

Una última petición del Salmista: “que en su pueblo Israel el Señor reine para siempre. ¡Aleluya! ¡Alabado sea el Señor!”. Que oración tanta agradable y llena de consideraciones sobre Dios. Es de inspiración porque nos debe motivar a reconocer que solamente el Señor, el Dios todopoderoso merece nuestra alabanza, reconocimiento y gratitud por todos sus beneficios en nuestro favor. Vivamos este salmo y tendremos paz.

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