En la casa del Señor habitaré para siempre.

Salmo 23:6b

El salmo 23 de la Biblia, escrito por el cantor de Israel, el Rey David, es el salmo más amado, más leído, estudiado, reflexionado y memorizado. Hablar del cielo la casa del Dios Altísimo es el anhelo de llegar por el pueblo judío, por los cristianos evangélicos y por mucha gente religiosa que creen que existe un  lugar a donde los espíritus o las almas van después de morir biológicamente. Puedo decir, que todo mundo quiere llegar o pretenden llegar, pero la promesa de Jesús no es para todo el mundo sino solamente para los que creen en él y lo siguen como discípulos, creen en él como el Mesías prometido, el Salvador y Señor de su vida.

El dijo: “No se angustien. Confíen en Dios, y confíen también  en mi. En el hogar de mi Padre hay muchas viviendas; si no fuera así, ya se lo habría dicho a ustedes. Voy a prepararles un lugar. Y si me voy y se lo preparo, vendré para llevármelos conmigo. Así ustedes estarán donde yo esté. (Evangelio de Juan 14:1-3). Magníficas e inspiradoras promesas de Jesucristo a sus primeros discípulos y a todos los que creyeran en todo tiempo hasta que él regrese de nuevo a este mundo, tu casa, mi casa. Cada seguidor de él al morir va al encuentro con su Salvador y Señor, recibiendo la promesa: “Vengan ustedes, a quienes mi Padre ha bendecido; reciban su herencia, el reino preparado para ustedes desde la creación del mundo” (Evangelio de Mateo 25:34).

La única manera de ir al cielo cuando se muere es considerar de manera total o absoluta a Jesucristo como el único camino. Arrepentirse de todos los pecados cometidos confesarlos a Dios quien es el único que puede perdonar por medio de su único Hijo Cristo Jesús e invitar a él a entrar a nuestra vida, pidiéndole que salve nuestra alma y que nos de al Espíritu de Dios, llamado o conocido como el Espíritu Santo para que nos regenere en nuestro interior, nos selle como propiedad de Dios y seremos salvos para siempre. La seguridad y la fe entrarán con nosotros e iremos al cielo nuestra casa para reunirnos con Cristo.

Lee Juan 14:1-4