Hay un “hilo carmesí o de sangre” que recorre la Biblia. Comienza en el jardín del Edén, donde se derrama la sangre de un animal inocente para proveer ropa de pieles con qué cubrir la desnudez de Adán y Eva después que pecaron (Génesis 3:21). A partir de aquel hecho inicial, Dios empezó a mostrar que el hombre no podía ocultar sus pecados de su vista, ni remediar el hecho del pecado en su vida, sólo Dios lo podía hacer, aunque el pecado de los seres humanos cualquiera que sea es contra Dios. De este modo el “hilo de sangre” se ha entretejido a través de la Biblia. Finalmente, fluye en el calvario para cumplir con cada tipo y símbolo del Antiguo Testamento.

En el Nuevo Testamento llega a ser un hilo bañado en sangre: la sangre vicaria (en lugar de)  que Jesús derramó en lugar del hombre, también es redentora por nuestro Señor Jesús crucificado, porque pagó el precio que el hombre no podía hacer a la justicia de Dios. Al hombre natural esto le repugna; pero sin el poder de Dios revelado progresivamente en las Escrituras y por medio de la sangre derramada del Hijo de Dios, no existe ningún otro poder para salvar al hombre de sus pecados, no heredaría vida eterna, sino condenación eterna en el infierno cuando muriera.

Continúa…

Lee Romanos 5:12-21