El discipulado según Jesús es más que evangelizar o conducir a que una persona se arrepienta y confiese que Jesucristo es su Salvador. Esto es un evangelismo al vapor. La orden de Jesús es ir y hacer discípulos. Jesús les predicó a grupos de personas en las casas y a multitudes al aire libre, pero dedicó mucho tiempo a formar discípulos. Por espacio de unos tres años se rodeó de doce hombres y muy cercanos a Él a quienes les enseñó quién era Dios y cuál su plan para el mundo. Les enseñó quien era Él, su propósito de vida y misión, les habló del Espíritu Santo que vendría cuando Él se fuera, le enseñó los asuntos concernientes al reino del futuro, basándose en las Escrituras Sagradas, alimentó la fe en ellos para que hicieran las mismas obras que Él y aún mayores. Con su testimonio de vida privada, su comunión con el Padre, su dependencia en Él enseñó su unidad. Por medio de su compañerismo los fortalecía en la unidad del grupo. Por medio de sus milagros, sanidades y liberación en la gente endemoniada, les enseñó la fe, sus enseñanzas y con sus sermones los edificó. Les transfirió su vida, su valor ante los ataques del Diablo y de sus enemigos religiosos, y los aliados de Roma como eran los herodianos. Les enseñó cómo debían ver a Dios en su propia vida. Les enseñó amarse los unos a los otros y amar a la demás gente. Les animó a que pusieran en práctica todo lo que les enseñó, así como a continuar su obra. Les impuso a formar discípulos.

Hay que saber distinguir entre ser discípulos y hacer discípulos. Jesús nos pide ambas cosas. Para hacer nuevos discípulos por ti o por mi hay que ser discípulos primero. El ser discípulos se da en una relación íntima con el Maestro, con su vida, con sus enseñanzas, con su carácter y virtudes. No solamente es ser salvo y con eso ya todo está concluido, sino tener compromiso y tomar como modelo y meta a Jesucristo, ser como Él. Así el discipulado es una acción continua toda la vida.

Lee Juan 15:1-17