Había también una profetiza, Ana hija de Penuel, de la tribu de Azer. Era muy anciana; casada de joven, había vivido con su esposo siete años, y luego permaneció viuda hasta la edad de ochenta y cuatro años. Nunca salía del templo, sino que día y noche adoraba a Dios con ayunos y oraciones. Llegando en ese mismo momento, Ana dio gracias a Dios y comenzó a hablar del niño a todos los que esperaban la redención de Jerusalén.

Evangelio de Lucas 2:36-38

El diccionario de teología define la devoción como; un acto interior en el cual el ser humano se entrega de manera total al servicio de Dios. Otra definición es que la devoción expresa un concepto espiritual muy profundo, nace de la voluntad de darse totalmente a Dios. La devoción es amor que fluye hacia la dedicación, una sumisión espontánea y feliz a quien se considera un Ser Superior. La devoción incluye oración, ayuno, amor, veneración, adoración, fervor y reverencia. Esto es lo que hacia esta anciana mujer llamada Ana. Como dice el relato, era una mujer piadosa, tenía 84 años y se había dedicado desde joven al servicio del Señor en el templo desde que su esposo había muerto, sin hijos. Nunca perdió la esperanza de la redención de su pueblo Israel, creía en el Mesías que un día llegaría. Cuando el sacerdote Simeón fue al templo en Jerusalén y coincidieron José y María con el Niño Jesús para presentarlo al Señor según la ley de Moisés la cual decía que: “Todo varón primogénito será consagrado al Señor”, el sacerdote Simeon lo tomó en sus brazo y lo bendijo. Ana observó al Niño Jesús y por el testimonio del sacerdote reconoció y creyó que era el Mesías esperado, comenzó a informar a cada persona que asistía al templo a los que esperaban la redención en Jerusalén (25), que por fin la promesa había sido cumplida, que el Mesías había venido, un Salvador. La noticia tocante al Niño Jesús se supo probablemente en toda la ciudad, o la gente creyó o rechazó la información del sacerdote Simeon y de Ana la viuda. 

La experiencia personal de conocer a Cristo debe llevarnos a compartir con otros la verdad del amor de Dios demostrado en la primera Navidad, un Salvador que es ¡Cristo el Señor!

Lee Lucas 2:21-38