Cada miembro comprometido con la iglesia tiene el derecho de ser invitado por los pastores a dar en forma digna de un cristiano o seguidor de Jesucristo. Si no se invita, significa empobrecer al miembro de la iglesia e impedir vivir a la altura de su privilegio y de ser participante en la obediencia a Dios, a su palabra y a su reino. El llamado al creyente en Cristo a dar para su causa debe ser sólidamente en su espíritu, método y cantidad. El diezmo como guía, y aprenden a dar conforme Dios los prospera y se convierten en ofrendado generoso. Teniendo las expectativas respecto al señorío de su Salvador, estableciendo metas más elevadas de acuerdo con su potencial para dar. 

Algunos dan el diezmo, como una proporción de sacrificio y una que reclama profunda dedicación a Cristo. Es un asunto de fe y de convicción en lo que Dios revela, en lo que Jesús ordena y en lo que el Espíritu motiva. Es un asunto en el que el seguidor de Jesucristo tomará la decisión de obedecer o de no hacerlo. Ni la iglesia, ni pastores pueden obligarlo, la labor es de enseñar e invitar a tener esta gracia de dar al Señor, a su obra, sea local, transcultural o mundial. Considéralo en oración y recuerda no por dar a Dios y a su iglesia te quedarás pobre o en la ruina. Pero sí te perderás el privilegio de los resultados, de las bendiciones espirituales y de mayores bendiciones, en ver crecer lo que Dios tenía para ti. Porque el dar a Dios por medio de su iglesia es inversión de tu vida traducido en diezmos y ofrendas.  Sé sabio, no te pierdas la bendición.

Lee Malaquías 3:8-10