En efecto, si hemos estado unidos con él en su muerte, sin duda también estaremos unidos con él en su resurrección. Sabemos que nuestra vieja naturaleza fue crucificada con él para que nuestro cuerpo pecaminoso perdiera su poder, de modo que ya no siguiéramos siendo esclavos del pecado.

Carta a los Romanos 6:5-6

Adán fue el primer hombre y Eva la primera mujer sobre esta tierra, ambos creación de Dios. Ellos desobedecieron a su Creador, la consecuencia inmediata fue perder su perfección que incluía espíritu, alma y cuerpo, todo fue contaminado, también sus hijos que procrearon y todas las generaciones sucesivas, hasta nuestro tiempo y si en el futuro los humanos continúan multiplicándose esas generaciones tendrán la misma contaminación, heredada por aquella pareja llamada, nuestros padres. El segundo Adán llamado así por el apóstol Pablo, fue Jesús el Cristo (Mesías) quien nació perfecto, porque Dios lo formó en el vientre de la virgen Maria, sin padre humano, escogido para que pagara nuestra salvación del pecado a la justicia de Dios, recibiéramos el perdón y no fuéramos condenados.

Morimos con Cristo en la cruz, es decir nuestra naturaleza heredada, caída, pecaminosa, todos nuestros pecados durante los años de vida que llevamos desde que perdimos la inocencia todos fueron crucificados. La promesa es, que así como Él resucitó al tercer día después de haber muerto, nosotros moriremos físicamente, la promesa es que en el futuro nuestro cuerpo resucitará, nuestra alma volverá al cuerpo pero glorificado, a la semejanza de Jesús, seremos perfectos como Él es perfecto, ya no habrá enfermedad, dolor, sufrimiento en la tierra que será nuevamente recreada en perfección y viviremos para siempre con Dios.

Esta es la enseñanza del apóstol Pablo en estos versículos. Linda y maravillosa esperanza la que nos espera gracias al plan de Dios y a la obra del Mesías, el Salvador Jesús.

Lee Romanos 6:4-8