LA CRUZ NOS HABLA DEL PECADO

Dice el Nuevo Testamento que Jesús el Cristo fue muerto por los pecados de todos los seres humanos de todos los tiempos. La idea justa es, que la cruz nos habla de lo culpable que somos. Ella existe no debido a Cristo, sino debido a nosotros.

Daniel Wester fue un gran penalista, en el siglo XVII, tenia a su cargo un caso en el que tenia que demostrar culpabilidad de cierto hombre acusado de asesinato, la defensa demostraba su inocencia. Dice su historiador que Wester en su alegato se le acercó al acusado, tomando en su mano un candelabro de la sala donde se realizaba el proceso, hizo que la luz iluminará el rostro del acusado, mientras llamó la atención al jurado para que se fijaran bien en el rostro de aquel individuo. El resplandor de aquella luz hizo el efecto en el hombre, esa luz parecía exponer su maldad ante todos, el hombre escondió su rostro entre sus manos y confesó su crimen. Así mismo, la cruz expone nuestros pescados, de su gravedad, de su carácter y de nuestra culpabilidad. El apóstol Pedro dice que, “Jesucristo llevó nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero”. El cuerpo era de Jesús, pero los pecados eran legítimamente de los seres humanos, de nosotros.

LA CRUZ NOS HABLA TAMBIÉN DE LA GRACIA DE DIOS 

El apóstol Pablo les dice a los corintios que en la muerte de Cristo se manifestó el poder de Dios para salvar, fue la manera que escogió Dios. Pero los incrédulos no pueden aceptar ese hecho, les parece una locura porque no pueden comprender de que através del sacrificio del propio Hijo de Dios, de sus sufrimientos, Dios salve a las personas de la condenación eterna. La verdad es que no había otra manera de salvar al ser humano, sólo la manifestación de la gracia de Dios, su gran misericordia por nosotros. 

LA CRUZ NOS HABLA DE LA SUFICIENCIA PERSONAL DE JESUCRISTO

Dice el apóstol Pablo que es “el poder divino.” Cada creyente en Jesucristo tiene un testimonio de que él es una realidad viviente, que fue capaz de ayudarnos cuando nosotros estábamos alejados de Dios, sin esperanza y sin salvación. Nuestra alma estaba condenada para ir al infierno cuando muriéramos físicamente. En el Evangelio de Juan 3:18 dice: “El que cree en él no es condenado, pero el que no cree ya está condenado por no haber creído en el nombre del Hijo unigénito de Dios.” De ti y de mi depende que no muramos eternamente; decidamos vivir eternamente con Dios.

Lee 1 Corintios 1:18-31